27 – MI PEQUEÑA PIRATA VALIENTE

Después de la radio y casi sin tiempo para recuperarse de sus efectos, Krystal tiene que enfrentarse a la quimioterapia. Última etapa del camino y quizá la más dura. Ocho sesiones cada tres semanas en los que los efectos nocivos de las sustancias que corren por sus venas y dilapidan cualquier resto de célula cancerosa, se van acumulando.

Empezó por un cansancio excesivo, le siguieron las náuseas y los vómitos y ahora tiene que enfrentarse a la caída del pelo.

Karen me ha llamado hace un rato para decirme que Krystal llevaba casi una hora encerrada en el baño. He aporreado la puerta, llamándola a gritos sin obtener respuesta y al final he optado por echarla a bajo.

Se me cae el alma a los pies cuando la veo. El fuerte dolor de mi hombro provocado al chocar contra la puerta es una nimiedad comparado con la imagen que se aparece ante mí. Krystal está sentada en el suelo, envuelta en una toalla, sollozando, con más cabellos de los esperables esparcidos a su alrededor y varios mechones entre sus dedos.

—Peque, tranquila, estoy aquí.

Me agacho a su lado, tomo asiento y la atraigo hacia mi pecho. Empiezo a acariciar su melena, como hago siempre, pero cabellos arrancados se quedan entre mis dedos, así que me detengo.

—Córtalo —me ordena con una determinación que hasta me sorprende.

Ayudo a que se ponga en pie, saco la maquinilla eléctrica y, frente al espejo, con un brazo alrededor de su cintura, con su cuerpo pegado al mío, para que sienta que estoy con ella, recorro su cuero cabelludo hasta que su melena castaña es sustituida por una pelusilla de unos pocos milímetros de largura.

—Es algo temporal —le recuerdo—. Además, sigues estando preciosa, como siempre.

Ella contempla su reflejo mientras una lágrima silenciosa resbala por sus mejillas y le concedo el minuto a solas que me pide, sin alejarme más que unos pasos por si vuelve a necesitarme. Apostado sobre la pared de la habitación, espero ansioso a que salga para volver a abrazarla.

Cuando sale, Karen y una revoltosa Zoe que no deja de dar volteretas sobre la cama, se han unido a mí.

—Mami, ¿por qué te has cortado el pelo? —pregunta la pequeña, mirando extrañada el nuevo aspecto de su madre.

Krystal se queda paralizada y de nuevo, unas lágrimas asolan su mirada verde. Viendo la situación, su tía se lleva a la niña y nos vuelve a dejar a solas.

—¿Qué le digo, Ty? ¿Cómo le explico esto a una niña de tres años? —me pregunta con un millón de dudas.

—Dile la verdad aunque sea adaptada a su nivel de comprensión. Tu hija es muy lista, lo entenderá.

—¿Cómo lo va a entender ella si no lo entiendo ni yo? —Su dolor me parte en dos y me limito a acunarla entre mis brazos nuevamente.

Pocos días después, tengo un regalo para ella, una bandana de color negro con el logo del Sanctuary bordado para cubrir su cuero cabelludo.

—Con esto mantendrás tu cabecita caliente, mi pequeña pirata valiente.

Ella me sonríe y yo no puedo evitar besarla, al principio con ternura, pero en cuanto su sabor baña mis labios, las ganas que llevo acumulando desde que regresé, explotan. En cuanto nota que el beso adquiere intensidad y se vuelve voraz, me detiene.

—No puedo, Tyron, por favor, dame tiempo.

Nadie sabe hasta qué punto me duele su rechazo, lo tomo como algo personal contra mí. Quizá tanto tiempo juntos le haya servido para darse cuenta de cómo soy en realidad, aunque durante estos meses he intentado sacar mi mejor versión con ella, pero tal vez no sea suficiente.

No sé cómo, acabo desahogándome con Ronnie. Para eso se supone que están los amigos, ¿no? «Amigo» todavía se me hace raro usar esa palabra, pero sus consejos me vienen bien e impiden que vuelva a ser un capullo —otra vez.

—¿Quizá ya solo quiera eso de mí? Que la cuide. He pasado de ser un depredador salvaje que se la comía a convertirme en un osito de peluche al que abrazar.

—Lo dudo. La última vez que estuve en vuestra casa se os veía muy acaramelados. Piensa, ¿qué ha cambiado desde entonces?

—¡Joder! ¡El pelo! Se le empezó a caer el pelo por efecto de la quimio y se lo he rapado. Pero mi actitud con ella no ha cambiado, sigue siendo preciosa y… me pone igual que siempre.

—Para ti nada ha cambiado. Pero, ¿para ella? Tú has aceptado su cambio, pero ella igual no lo ha hecho todavía. Ella te quiere. Ten paciencia y dale tiempo.

Cuando regreso a casa, a pesar de ser de madrugada, ella todavía está despierta. Me deslizo bajo las sábanas y me sitúo a su espalda.

—¿Quieres que duerma contigo o prefieres que vuelva al sofá? —La pregunta se me escapa en forma de reproche.

—Siento haberte rechazado, Tyron. Te necesito a mi lado, pero no de esa forma, todavía no.

—Te quiero, nena y mi cuerpo se desvive por mostrártelo. ¿Tú me quieres? —me aventuro a preguntar.

—Por supuesto que te quiero, Tyron. ¿Cómo no iba a quererte?

—¿Y a ti? ¿Te quieres a ti misma? —inquiero, recordando la conversación con Ronnie. Su respuesta me quiebra.

—No lo sé. —La abrazo con fuerza y, aunque apenas hace ruido, sé que está llorando. Me desgarra el alma haber sido tan insensible y egoísta. A partir de ese momento, me prometo pensar más en cómo pueda sentirse ella, dejando a un lado mis propios sentimientos.

El tratamiento continúa. Las tres semanas entre una dosis y la siguiente son insuficientes para que se recupere de los efectos secundarios. No hago más que recordarle que cada vez queda menos, un triste consuelo cuando siente que su cuerpo se deshace por dentro.

Hoy nada más salir de la sesión, ya tiene mala cara. Está pálida y se sostiene el vientre con fuerza. No sé si va a aguantar el trayecto a casa sin vomitar y antes tenemos que pasar a por la niña.

Me ofrezco a ir a por ella, mientras la dejo en el coche, con las ventanillas bajadas para que le de un poco el aire. La pequeña entra como un torbellino en el coche y nos inunda con su verborrea infantil contándonos cómo ha ido su día. Krystal apenas le presta atención, está con los ojos cerrados, concentrada en no vomitar hasta llegar a casa.

En cuanto abro la puerta de casa, Krystal corre escaleras arriba con una mano puesta sobre su boca. Dejo caer lo que llevo al suelo, le digo a la pequeña que se ponga la tela y voy tras su madre.

La sujeto mientras vomita hasta que, exhausta y con el estómago más tranquilo porque ya no tiene nada más que echar, se queda adormilada. La alzo en brazos y la llevo hasta su cama donde que dejo que descanse.

Cuando regreso al piso inferior, me encuentro a la niña tirada en el suelo, boca abajo, gritando, llorando rabiosa, con todos sus juguetes. Descolocado, miro a mi alrededor, como si alguien más pudiera hacerse cargo de la situación. Despertar a Krystal no es una opción, podría llamar a su tía o a sus amigas, pero tardarían en personarse aquí. Creo que no me queda más remedio que hacerme con las riendas, aunque no tengo ni puta idea de cómo voy a hacerlo.

Me pongo de rodillas a su lado y estiro la mano hacia su espalda, dudando si tocarla o no.

—Zoe, ¿qué te pasa?

—¡Mamá ya no me quiere! ¡No quiere jugar conmigo! —vocifera dolida y con rabia y me alegro de que Krystal no esté aquí para escucharla, porque sus palabras la habrían destrozado.

—Ey, gatita, no digas eso. Mamá te adora, eres la persona a la que más quiere en este mundo. —Mi comentario la hace reaccionar y me mira, sorbiéndose la nariz, con la esperanza brillando en sus ojos azules, deseando que sea cierto—. Mamá está malita y está muy cansada. No es que no quiera jugar contigo, es que no tiene fuerzas para hacerlo.

—¡Pero en el hospital me dijiste que la iban a curar! ¡Me mentiste! —Esta vez descarga su ira contra mí, y lo prefiero mil veces.

—Me equivoqué, pequeña, esto va a llevar más tiempo del que pensaba. Pero para que se cure le dan unas medicinas muy fuertes que hacen que no tenga hambre, que solo quiera dormir y que se le caiga el pelo. Pero mamá es una guerrera y se va a recuperar —le explico.

—¡Es una guerrera pirata! —Su comentario me arranca una sonrisa de la que la propia niña se contagia—. ¿Tú vas a cuidarla?

—Siempre. Y tú también puedes hacerlo. —Veo que su mirada se ilumina ante tal posibilidad—. Seguro que tus besos y abrazos ayudan. Venga, vamos a recoger estoy y vemos un rato la tele.

Me siento en el sofá y enseguida la niña se sitúa a mi lado y recorta la distancia que nos separa hasta que prácticamente la tengo sobre mí. Me tenso, de manera involuntaria, luchando contra el impulso que me impele a levantarme y a poner tierra de por medio, pero tengo que aguantar, por Krystal.

Zoe bosteza y se acomoda más a mi lado, se apoya sobre mí y su respiración no tarda en volverse profunda y relajada. Se ha dormido. No puedo moverme, no quiero despertarla, así que me acomodo sobre el sofá y, contra todo pronóstico, yo también lo hago.

El leve acercamiento entre su hija y yo le da a Krystal una inyección extra de energía para afrontar la última parte de su tratamiento. Me autoengaño pensando que es solo su hija, que yo no tuve nada que ver en su concepción, que mi sangre no corre por sus venas y que se trata tan solo de la hija de mi chica. Es una bobada, pero me ayuda a llevarlo mejor.

Como no podría ser de otra forma, la música nos ha acercado a la niña y a mí, le estoy enseñando a tocar el piano, a ella parece gustarle y a mí me ayuda como terapia para recuperar la psicomotricidad y coordinación de mi brazo derecho. Incluso le sorprendimos a Krystal con una canción a dúo el día de su cumpleaños.

Hoy se enfrenta a su última sesión. Dentro de unas horas, todo habrá acabado.

—Ya está, nena, se terminó —susurro en su oído mientras la enfermera desconecta la vía del reservorio de su brazo y cubre el punto con un apósito—. Ahora solo queda recuperarte.

Lo celebramos con un beso, uno de esos que nos roba la respiración a ambos y nos deja con ganas de más, pero todavía no me he atrevido a pasar de ahí. Me conformo con que no vuelva a rechazar mis labios. Para lo otro, ya habrá tiempo más adelante.

—¿Te encuentras bien, peque? —pregunto cuando nos subimos al coche.

—Sí, saber que todo esto ya ha terminado me ha dado fuerzas extras.

—Estupendo. Tengo que pasarme un momento por el Sanctuary, si no te importa —anuncio. Lo que ella no sabe es que allí la espera toda su gente para celebrar que esta pesadilla ha terminado.

—Vale.

En cuanto atravesamos las puertas, un coro de aplausos nos recibe. La contemplo con orgullo, mientras su rostro vuelve a nublarse por las lágrimas. Al fondo del local, sobre el escenario, una gran pancarta «LO LOGRASTE, GUERRERA»

SIGUIENTE CAPÍTULO